En el artículo que escribimos el pasado mes de junio para El Periódico de Aragón en torno a las expectativas del ámbito cultural zaragozano ante la nueva legislatura, decíamos que «Será clave, en los próximos años, ver en qué medida tienen espacio en las iniciativas culturales municipales las voces disidentes, las expresiones diversas y los relatos críticos: (…) si el abanico de la oferta cultural pública dará cabida a esas otras narrativas que convierten la cultura en motor de reflexión, y no en un mero recurso de ocio.»
No andábamos desencaminadas. Lo vivimos con Festival Periferias y hoy lo vivimos con Etopia Centro de Arte y Tecnología. La cortedad de miras y la ignorancia son malas consejeras en la gestión de lo público, especialmente en cultura. Desde cualquier punto de vista, neoliberal o progresista, decisiones como estas son propias de quien gobierna no ya sin tener una propuesta de política cultural: es desconocer el propio significado del concepto. Tanto si quieres potenciar la marca de ciudad o la vertiente mercantil de la cultura, como si quieres apostar por los derechos culturales de la ciudadanía, prescindir de activos con proyección y reconocimiento, que contribuyen a la consolidación del tejido cultural aragonés enriqueciéndolo y dándole espacios de oportunidad, es un error propio de quien se guía únicamente por el miedo a lo distinto, a lo que no entiende. Extraño concepto de libertad, aquel que sólo deja espacio y presupuesto para las libertades propias y cercena las de los que opinan o se expresan de un modo diferente.
Como profesionales de la cultura en Aragón, lamentamos ver cómo compañeros y compañeras pierden otro escenario en el que poder ejercer su oficio. Pero, sobre todo, lamentamos la pérdida de espacios en los que la ciudadanía disfruta de la cultura, conociéndola, compartiéndola y siendo parte de ella.
Periferias o Etopia no son ni serán la primera ni la última de estas pérdidas. Las ha habido, más discretas; las habrá, más o menos obvias. Urge que la gente de la cultura nos encontremos, y veamos de qué modo podemos poner coto a tanto disparate.
En el horizonte, el bicentenario de la muerte de Goya. Si viviera, probablemente hoy sería uno de esos días en los que le herviría la sangre.